Los titanes del adulterio@Locanda Atlantide
de Simone Laudiero

“Bueno, lo menos que puedes hacer es ir a por bebidas para todos” dice Stefano y le da al Bravo dos consumiciones arrugadas.
El Bravo no pone excusas y se va a la barra. Durante su ausencia Aria encuentra las palabras para decir lo que querría haber dicho desde hace casi veinte minutos: “¿Dónde coño hemos acabado?”
“Es mono el sitio” se defiende Stefano.
“Monísimo,por favor. Pero está lleno de erasmus.”
Stefano duda. La mira. “¿No te lo había dicho?”
“No. Si no, no habría venido.”
“Entonces he hecho bien en no decírtelo.”
Dos eslavas pasan cargando con sus cervezas, blancas y radiantes, como un tópico medieval.
“Oh, mierda” dice Aria, luego sonríe a Stefano y le hace una caricia de reconciliación.
“Hagámosle un poco de compañía al Bravo y después nos vamos” dice él esperando mejorarlo.
“¿Y no podía haber venido solo?”
“No, porque no sabe cuándo llegará ella, y no queda bien esperarla solo, no, te arruina el…” Stefano no encuentra la palabra, hace un movimiento a medio camino entre el twist y una carrera campo a través. “¿Lo entiendes?”
Aria dice que sí con la cabeza, ha entendido. A su alrededor la Locanda se va llenando de extranjeros. Alemanes de mejillas de enfermo y ojos vacuos, españoles de párpados pesados y barba rizada. No hablan entre ellos, se quedan separados por grupos, y esto hace parecer a los alemanes siempre más alemanes y a los españoles siempre más españoles.
Mientras beben, los alemanes se vuelven siempre más claros y vacuos y los españoles siempre más oscuros y pesados. Los italianos son esos con zapatos nuevos y brazos de gimnasio.
Stefano señala las escaleras al fondo de la sala, seis peldaños cubiertos de goma antideslizante debajo de la salida de emergencia. “Vámonos allí a fumar, miramos a la gente y esperamos a que pase la noche.”
“Mierda”, repite Aria.


“Si íbamos a fumar, podíamos haberlo hecho también en casa” dice Aria cuando el Bravo vuelve con las cervezas. En la sala grande ya hay gente que baila, pero no la suficiente como para que entren ganas de unirse a ellos.
“Pero en casa fumáis todos los días” responde el Bravo.
Stefano le da la razón. “Bravo.”
“Pero en mi casa no dejo entrar a los erasmus.”
“Venga, que Vivienne estará a punto de llegar” dice el Bravo.
“Un poquito más de paciencia.”
“Son ya las once pasadas.”
“Sí, pero ella estudia, tiene veintiún años, mañana se despierta a mediodía.”
“¿Tiene veintiún años?” Aria mira a Stefano, con cara de querer decir: no me habías dicho nada de esto. Después comprende y mira al Bravo con cara indignada de muchacha del norte: “No me vayas a decir que es una de tus estudiantes.”
“Eh, sí. Pero ya ha hecho el examen. Antes ni se me hubiera ocurrido.”
“Claro, estupendo.”
“Es muy inteligente. Y es muy agradable. Cuando no sabe una cosa te pone una carita de imbécil que se le perdona todo. Pero, eso sí, la mayor parte de las cosas las sabe.”
“¿Y cuándo llega?”
“Dentro de poco.”
Aria busca un cenicero, después apaga la colilla contra el borde del peldaño y la mete en un vaso que hay al lado. “Es bueno que te hagan fumar” dice, “con todo el respeto a Sirchia.[1]
“Es cómodo, sí”. Le responde como el eco Stefano.
Sólo en ese momento se dan cuenta de que el Bravo les tendía un cenicero. Aria le sonríe.
“¿Y dónde has dejado a Valentina?”
“Salía con las amigas. Eligió ella el día.”
Stefano prepara la cara que deberá poner, la tiene ya preparada, pero la repasa mentalmente, no es una cara fácil. Aria se enciende otro cigarro y pregunta: “¿Ha elegido ella el día?”
“Sí, dijo: el lunes salgo con mis amigas. Y le dije yo: estupendo, entonces salgo yo con Stefano y Aria.”
“Y tú pensaste: es el día perfecto para salir con una estudiante.”
“Lo eligió ella.” Se defiende el Bravo.
Aria mira a Stefano, que pone una cara de querer decir: yo nunca lo haría, pero tampoco soy un moralista, cada uno se comporta como cree, pero yo no lo haría nunca.


En la sala grande sigue el revival y no hay ni rastro de Vivienne, la belga veinteañera. El Bravo comienza a impacientarse.
Aria le hace a Stefano el movimento a medio camino entre el twist y la carrera campo a través. Él dice que sí con la cabeza y asiente.
“Ya verás como llega enseguida.” dice Stefano. “¿Nos tomamos otra cerveza?”
“No estaría mal” admite Aria.
“Incluso está fría” dice el Bravo, y después se queda helado. “¡Mierda puta!” añade y va a sentarse en el escalón más bajo, tras las espaldas sudorosas de tres españoles con pelos en la nuca. Aria y Stefano lo siguen sin entender nada, después Aria señala la sala grande.”
“¿Pero ésa no es tu novia?”
El Bravo la agarra del brazo y la obliga a sentarse, mientras Stefano empieza a reirse: “¿De verdad que es ella?” El Bravo lo obliga a sentarse a él también.
“¿Tenía que venir con las amigas aquí?” pregunta Aria incrédula. “¿A la fiesta de erasmus?”
“¡Y yo qué coño sé! Sus amigas son a cada cual más imbécil. Salen los lunes.”
“¿Y ahora?” pregunta Stefano.
El Bravo mira a Aria: “¿Puedo pedirte un favor?”
“Mierda.”


Cuarenta y cinco segundos después, Valentina se ha sorprendido mucho de tener enfrente a Aria, que la abraza y la hace volverse hacia la barra. No mira ni siquiera, pero siente el jaleo entre las mesas mientras Stefano y el Bravo esquivan alemanes y españoles buscando una vía alternativa de huída. “¿Pero no ibas a salir con Stefano y Franci?” le pregunta Valentina.
Aria no sabe quién es Franci, pero puede intuirlo. “¿Franci es el Bravo?”
“¿Todavía lo llaman así?”
“Mientras siga así de bravo.”
“¿No ibas a salir con ellos?”
“¿Yo? paso, me aburre salir con ellos los lunes.” Se inventa Aria. “He venido con una amiga, pero está bailando con noséquién”.
“Pero, ¿cuántos años tiene? Aquí son todos veinteañeros.”
“Excepto nosotras” se ríe Aria, y poco después se ríe también Valentina.

A la salida del Locanda, el Bravo escudriña arriba y abajo la calle Campani esperando la llegada de Vivienne, la veinteañera que se retrasa. Stefano lo mira, apoyado en un coche, y corre el riesgo de no aguantar más de un momento a otro.
“¿Cómo es?” pregunta, sólo para sentirse útil.

“Como tú de alta, pelo castaño, ojos… Yo qué sé. Normal.”
“Vale, búscala tú.”
El Bravo se apoya en una valla para mirar más allá de la gente que hace cola.
“Si me ve con Valentina, estoy jodido.”
“¿Y por qué no le mandas un mensaje y cambiais de local?”
“¿Y si luego no viene?”
“No pasa nada, os véis otro día.”
El Bravo dice que no con la mano, mientras se sube a otra valla. Los que guardan la cola lo miran y se ríen. También Stefano debe hacer esfuerzos para no reírse de la agitación del Bravo.
“Está bien” dice el Bravo volviendo a su sitio apoyado en el coche. “La esperamos aquí y cuando llegue me invento cualquier chorrada y cambiamos de local.”
“Está bien” dice Stefano, que ya no puede más desde hace unos segundos y se esfuerza para no decir cualquier cosa del tipo: con treintaycuatro años podrías ya dejar de hacer estas cosas. “¿Y cómo venía, en el 19?”
“No, en la moto con una amiga.”
“¿Con una amiga? ¿Entonces por qué me has invitado a mí y a Aria?”
“¿Querías venir solo?”
“No, podrías haber invitado a uno sin novia, así se quedaba con la amiga.”
El Bravo echa la cabeza hacia atrás, aunque el techo del coche es demasiado bajo y está demasiado asqueroso como para hacer de almohada. Stefano no aguanta más pero también le da cosa no decir nada, hace por hablar, pero no es lo suficientemente rápido. Siente cómo el coche se mueve, el Bravo se pone firme.
“¡Franci!” dice Valentina al verlo. A su espalda Aria cierra la puerta insonorizada del local. Stefano intenta fulminarla con la mirada, pero Aria ya ha puesto la cara que significa: “¿Qué querías que hiciera?” y Stefano se da por vencido.
“¿Qué hacéis por aquí?” pregunta Valentina.
El Bravo se hace un lío con las excusas, Stefano comprende que le toca a él pensar en una, pero tiene todavía en la boca las palabras de reproche y querría decir ésas. Empieza a pensar en una, pero le lleva una eternidad.
“Han venido a traerme las llaves de la moto” dice Aria. “Me las había dejado en casa.”
“¿Eh?” dice el Bravo, luego intenta arreglarlo:”Sí, perdona la tardanza.”
“Aquí las tienes” dice Stefano metiendo la mano en el bolsillo, y le da las llaves a Aria.
“Gracias” dice ella. “Buenas noches.”
“¡Jaja!” dice Valentina. “¿Os lo podéis creer? Todas las chicas en un local, y todos los chicos en otro.”
“¡Jaja!” dice el Bravo y hace por despedirse, pero su chica lo coge del brazo.
“Esperad, vamos a fumarnos al menos un cigarro.”
El gorila del Locanda está de cachondeo. “Otros cinco” dice, y un grupo de muchachitas de aspecto latino se meten dentro entre risas.


“Si no me equivoco es australiano” dice Valentina después de hacer un escaneo del extranjero que se ha llevado a la amiga.
“Están bien los australianos” dice Aria.
“¿Será surfero?” pregunta Valentina.
“Probablemente.”
“¡Ojalá estos dos fuesen austrlianos!”
“¡Jaja!” dice Aria y mira a Stefano, que se rasca una mano.

Apoyado en su coche, el Bravo coge el móvil del bolsillo y empieza a mandar un mensaje, con toda la tranquilidad del mundo, como si escribiese a su madre. Valentina lo mira, le sonríe y después le dice: “Estaban bailando Brian Adams abrazados.”
“Brian Adams, ¿cuál?”
“Esa famosa, la de Robin Hood.”
“Mierda” dice Aria. “Demasiado fácil para el australiano.”
“Pero tiene veinte años” le hace notar Stefano.
“Y la amiga de Valentina treinta.”
El Bravo está releyendo lo que ha escrito. Añade algo. Stefano se rasca la cabeza, cambia el apoyo sobre la puerta del coche. El Bravo vuelve a guardar el teléfono en el bolsillo. A su espalda, al fondo de la calle, se escucha un móvil: antes de que se haya cortado, el Bravo se ha arrodillado y finge atarse un zapato.
Stefano se da la vuelta: veinte metros más abajo una muchacha alta como él, con el pelo castaño y los ojos enormes lee un mensaje en su móvil. Después se gira y se vuelve a Scalo San Lorenzo. Cuando se da la vuelta otra vez, el Bravo lo está mirando. Stefano le dice que sí entrecerrando los ojos y el Bravo se levanta.
“Bueno” le dice a Valentina adelantándose para darle un beso. “Nos vemos mañana.”
“Adios, cariño.”
El Bravo besa a su novia, después le pregunta: “¿Tienes cargado el móvil?”.
“Batería completa”, responde ella, y por un momento Stefano piensa que es algún código de pareja, pero después decide que no, el Bravo sólo le ha preguntado por la batería de su móvil. El Bravo le da las gracias a Aria por la compañía, Stefano se despide de Valentina y después se acerca a Aria para abrazarla. Ella está seria hasta la altura de la nariz, pero mientras Stefano se acerca se da cuenta de que tras los ojos se está riendo. Si Stefano no la conociese, podría casi pensar que se ha divertido. La besa, ella le aprieta el brazo.
“Nos vemos en casa”
“Y una mierda me quedo aquí”, encuentra la respuesta en el móvil tres minutos después. “10 min, Zozzone[2] de Porta Maggiore.”


“Fingía atarse el zapato” dice entre risas Aria. “Pero, ¿quién puede fingir atarse un zapato?¿Charlot?”
“Y tanto.”
“¿Dónde se ha ido?”
Stefano no lo sabe, por supuesto. “Espero que lo más lejos posible. Si después de todo están aquí detrás, es que son imbéciles.”
Un grupo de dieciocho años con crestas bajan de un coche e invaden el Zozzone. Ya saben todos lo que quieren, Stefano se echa atrás, espera a que estén todos servidos, Aria no les da problema. El Zozzone los conoce, les dice cualquier cosa en romano que Stefano no entiende. Los muchachos piden y las muchachas esperan un poco más atrás con los smartphoneabiertos, mandan mensajes.
Mandan mensajes a otros muchachos, piensa Stefano, mientras la primera linea de capulloscon la cresta se agolpan delante de la vitrina para pedir ketchup o mayonesa. “¿Y cómo se hacía cuando no había móviles?” pregunta.
“¿Qué?”
“¿Cómo hacía la gente para engañarse cuando no había móviles?”
“¿Estás pensando tú tambíen en engañarme?”
“¿Qué? No.”
“Y sin embargo tienes un móvil.”
“En serio, ¿Cómo lo hacía la gente cuando no había móviles ni había internet?”
Aria pone la cara un poco de quien no ha entendido y un poco de a quien no le interesa. “¡Bah!”
“Si fueses uno de nuestros padres, ¿cómo harías para tener una aventura si sólo existía el teléfono fijo? ¿Tenías una amante, una segunda novia y ella llamaba a tu casa sin saber quién iba a responder? ¿Cómo lo hacían?”
“Acordaban una hora en que la mujer no estuviera.”
“¿Y si la mujer, por equivocación, estaba?”
“Era un lío. O quizás se hacían secretarias y así podían llamar cada vez que querían. Y se veían cada día en el trabajo.” Aria finge pensarlo. “Por eso todas se metían a secretaria. O a jefe, según.”
“Y en una situación como la de esta noche, ¿qué le hubiese pasado al Bravo? Se hubiese encontrado con Valentina y la belga en el mismo local.”
“Esta bien, ha tenido mala suerte el Bravo.”
“¿Y si justo antes de salir Valentina hubiese cambiado de idea? Si el Bravo no hubiese podido ir a la cita con la belga, ¿cómo se lo habría hecho saber?”
“Se hubiese inventado una mentira para Valentina.”
“Pero muchas mentiras se descubren más tarde. ¿Te das cuenta de que hoy día es más fácil?”
Aria se lo piensa un momento. “Bien, hoy basta con el historial del Skipe para pillarte.”
“Loborras. Como si fuese un problema”
“Está bien, ahora es mucho más fácil. Pero no creo que antes se engañase menos. Se ha hecho desde siempre.”
“Es verdad que siempre se ha hecho. Pero nuestros padres, los que tenían una segunda novia o un segundo novio, un amante… ¿te das cuenta del lío que era? Citas telefónicas cuando la mujer no está, el pánico si el teléfono suena a la hora equivocada, horas pasadas bajo los portales esperando a uno que no llega, castillos de mentiras estudiadas a la perfección, eran otros tiempos. Ellos eran titanes del adulterio.”
“Venga, que te toca a ti.” Aria le señala al Zozzone, que limpia el cuchillo de salsa rosa y los mira fijamente preguntándose si después de todo siguen teniendo hambre.
“Ah” dice Stefano, se acerca a la vitrina y pide dos hamburguesas de queso. “Pero fíjate que” añade volviéndose a Aria “ellos no lo sabrán nunca. Quizás están todos chateando con otra gente. Quizas cada una de esas muchachas tiene a otro, o a otros tres en lista de espera con quienes chatea de vez en cuando, así si el primero desaparece rápidamente tiene a otro listo. Es una cadena de montaje.”
“¿Y tú no quieres entrar en esa cadena de montaje?”
Stefano dice que no con la cabeza. “Yo estoy chapado a la antigua.”
“No, no. Yo sé quiénes son los verdaderos titanes del adulterio.”
“¿Quiénes?”
“Los erasmus.”
“Anda ya” contrataca Stefano. “Si es por un período de tiempo limitado,después de todo es como irse de vacaciones…”
Pero a Aria le ha bastado con nombrar a los erasmus. “A mí, de toda esta historia, sólo me pica la curiosidad por una sola cosa.”
“¿Cuál?”
“Me gustaría saber dónde se ha ido el Bravo.”
Tumbado en la cama, el Bravo mira el techo mientras la belga sube y baja encima de él. Se aburre del techo y comienza a mirarle el pecho, que está hinchado como una gavetallena de agua, pero la belga no quiere que lo toque y el Bravo se conforma. De tanto en tanto comprueba el móvil, le hace una llamada perdida a Valentina, pero el móvil no está disponible, por tanto Valentina aún no ha salido del Locanda. La belga le lanza miradas interrogativas, pero el Bravo le hace signos de que no pasa nada, y ella sigue. No hay prisas: del Locanda Atlantide a casa del Bravo hay casi media hora de coche, aunque sea de noche.
“Es la casa de mi hermana” le ha dicho a la belga, para justificar la decoración femenina del baño. A Valentina le dirá que ha ensuciado las sábanas comiendo un bocadillo y las ha he tenido que poner a lavar. Cuando era niño, el Bravo era tan bravo que se llevaba a las muchachas a donde quisiera. Le gustaban los coches de los otros, los aseos de los locales, las escaleras de emergencia de los ascensores. Ahora le gusta hacerlo en su cama.

Locanda Atlantide
Via dei Lucani 22

En Locanda Atlantide no les gusta definirse como oun local, sino como un espacio multilingüístico. No obstante allí se divierte uno como en un local, gracias al amplio ambiente par alos conciertos y al “disimpegno” de frente a la barra del bar, decorado con sillones y mesitas. El mobiliario, de pleno estilo atlántido, ha sido encontrado todo en tiendas de ropavejero y set cinematográficos en desuso (¡y es que estamos siempre en Roma), aparte de el típico mostrador que ha sido realizado por encargo. Pero el título de espacio multilingüístico se ganó en el campo: desde 1998 hasta hoy la Locanda ha organizado exposiciones de artistas noveles, encuentros, talleres y muestras (el festival “Piedi” y “Salam”), siempre con el espíritu de encuentros multiétnicos, del compartir y de la exploración. Y por encima de todo ofrece cerveza a precios razonables y un óptimo espacio para conciertos, amplio y con buena acústica.

Any Given Monday
Vega Production

Any Given Monday (Vega Production) es una velada de los lunes organizada por Simeone, Simone y Daniel, con la ayuda de un equipo de cerca de cuarenta personas. Los tres fundadores, cansados de procurar sesiones de dj y vj para terceros y dispuestos a encontrar una mayor libertad expresivas, crean su evento: Simeone se ocupa de la dirección artística y es el dj residente de la velada; Simone es vj, lleva el gabinete de prensa y se ocupa del alquiler; Daniel es el encargado de la logística y coordina a los colaboradores. Cada lunes el AGM presenta dos dj, el primero ya consagrado en la escena romana y el segundo novel, además de una muestra de arte visual. La música del AGM es indie, rock y electro, con incursiones frecuentes en la música comercial y trash.

 


[1]Girolamo Sirchia (Milán, 14/IX/1933), médico y político italiano. Ministro de Sanidad entre 2001 y 2005, promovió la ley antitabaco en todos los locales abiertos al público y en los lugares de trabajo (N. d. T.)

[2]Denominación típica romana para las camionetas o locales pequeños donde se sirven todo tipo de bocadillos (N. d. T.)

Questo articolo è stato pubblicato in numero 11 ESP. Bookmark the link permanente. Scrivi un commento o lascia un trackback: Trackback URL.

Scrivi un Commento

Il tuo indirizzo Email non verra' mai pubblicato e/o condiviso.

Puoi usare questi HTML tag e attributi: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>