Frágil, manejar con cuidado@Town House
de Claudia Durastanti

Día 1.

“He comprado unas sillas verdes en una feria de antigüedades, el domingo pasado. La altura del respaldo, cuarenta y seis centímetros; profundidad del asiento, treintayocho. Estaremos cómodos. La madera está un poco astillada, he decidido no volverla a pintar.”

Ella levanta la cabeza de los periódicos que ha colocado sobre el suelo para evitar que la pintura extendida por el techo manchase el suelo. Desenrolla un pedazo de papel celo rugoso y lo pasa alrededor de los bordes de zócalo, todavía faltan las paredes laterales.

“He pagado cuarenta por cada una.”

El precio le hace menear la cabeza, alguien ha violado las órdenes.

“Están en el maletero del coche, me gustaría que me ayudases a cogerlas.”

Ella se pone de pie con un movimiento seco y enciende y apaga el interruptor para estudiar el efecto del color con la penumbra. Clic, clic, clic.

Apaga la luz del todo y observa la silueta del muchacho que se recorta contra la ventana, la reverberación azulona que le golpea en la espalda y lo anula.

“¿Qué tonalidad de verde?”

“La que tú querías, creo.”

Él se gira de espaldas y empuja los brazos extendidos hacia afuera y después de lado; flexiona los dedos para amasar el aire.

 

Día 22.

En las últimas semanas ha medido el espacio de todas las cosas: la distancia entre el fregadero y el frigorífico, la distancia entre el alféizar y la lámpara del techo, la distancia entre el sofá y el suelo. Se ha movido de una parte a otra con cadencia reptil, ha fotografiado los cables eléctricos que cuelgan del techo, valorado la posibilidad de vivir en un apartamento sin muebles, para arrastrarse sus trescientocincuenta días del año, sin contar vacaciones, en un espacio frío y virginal (que las vírgenes sean frías en realidad no se le ha dado a conocer).

Cuando había apuntado la posibilidad de dejar de lado los muebles, ella había sonreído y continuado la negociación por un sofá de terciopelo enmohecido que ahora acampa en el centro de la sala de estar. Google busca: QUITAMANCHAS + SOFÁ + TERCIOPELO + MOHO.

Han probado con vinagre, bicarbonato y limón, así ahora está limpio pero apesta y ellos sonríen con vergüenza fingida cuando alguien se lo comenta.

Día 2.

Están pintando las paredes de la sala de estar siguiendo las indicaciones de un librito de diseño y cromoterapia comprado en un tenderete; el precio marcado en una etiquetita naranja radiactivo les había atraído como un imán desde veinte metros de distancia.

Lo hojearon sentados en el primer banco disponible;  aterrizando sobre la sección de los verdes donde había una página dedicada de manera engañosa al Grupo Bloomsbury.

Verde, malva y piel de conejo. Preciosos efectos del pasado“.

No se lo pensaron ni un segundo y se fueron a corromper al encargado de una multinacional del color; antes de ponerse en la cola de la caja ella se había entretenido en la sección de las tapicerías, pero él le había dado un codazo, explicándole la diferencia entre “evocación” y “didascalia”.

Cada domingo.

Se despiertan antes de lo acostumbrado, parten con un coche vacío y vuelven con un coche lleno: cortinas adamascadas, marcos de oro que bajo las luces de bajo consumo tienden al bronce y espejos sobre los que se había derramado café y no habían sido lavado, ni siquiera para ser vendidos.

Aún no han terminado de pintar el salón, pero ya han empezado a vaciar los paquetes abarrotados de los objetos de su vida anterior, aquella sin estilo ni planificación (25/27 años).

Día 3

Hace unos días estaban sentados en el suelo con las piernas cruzadas (ella dijo: “Ponte con las piernas cruzadas, si no, no es lo mismo. Y cuando esté en lo alto para pintar los rincones tú toca una canción alegre y salpícame la cara con pintura, si no, no es lo mismo“).

La puerta estaba abierta para airear el cuarto; cuando la silueta de dos padres se recortaba al contraluz del rellano, movieron los brazos con un gesto de invitación, si ponerse en pie. Mientras los padres inspeccionaban el apartamento, ellos se terminaron una comida llena de migas y carente de chicha. “¿Estáis seguros? Tenéis que vivir aquí dentro. Os hace falta luz, al menos para empezar. Es un espacio opresivo”. Sonriendo como niños sabedores de ser más lentos que los otros y para nada turbados por esa circunstancia, dijeron que sí y siguieron descartándose de postales de amantes muertos en la guerra que antes de la guerra ni siquiera se amaban.

Deciden que el despertador de la gallina que señala el pasar de los minutos picando pienso del fondo del encuadre debe ser devuelto al remitente.

Antes de irse a dormir él quería atornillar un semáforo en la puerta de entrada, y así  había ignorado la boca llena de dentífrico que desde el baño estaba gritando: “Un ambiente depresivo. Anda ya”.

Día 7

“¿Qué es esa octavilla?”

“¿Qué?”

Ella agita un flyer largo y estrecho, parcialmente descolorido, parcialmente intacto”.

“Town House.”

“¿A ti qué te parece?”

Alguien había estado y había dicho que había gente de otros países que hablaba de viajes que había hecho a otros países. Que había música de fondo y música de final de noche que sonaba con cuatro horas de anticipo, vestidos feos que se comportaban como si fuesen vestidos interesantes, discos masoquistas que se dejaban rascar por mujeres con esmalte rojo, en un rincón la foto enmarcada de un larguirucho que se parecía al escritor de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, pero que probablemente no era él.

Le pregunta si salir es todavía una opción válida. Si puede servir para estar mejor.

Día 14

“No creo.”

Sentada en un trono gastado del Town House, guarnecido de botoncitos de cobre gastados por los años, aquellos en que no existía el Town House, levanta el vaso y hace un brindis con una sonrisa, volviendo a pensar en la pregunta que le hizo la semana pasada.

Él está perplejo, sentado con las rodillas contraídas (no gires los pies de ese modo antinatural, parece que lo haces aposta, no somos ese tipo de personas). El local se asemeja demasiado a algo que él ya había imaginado y diseñado mientras estaba en el carril taxi y no le contenta demasiado.

Las paredes, las sillas, los cuadros (ese hombre no es Pavese como se te viene a la cabeza), donde estaba la diferencia. Entre su casa, entre el rol que había sido determinado.

“¿De verdad pensaste que estábamos solos en esto?”- Había habido un momento en que lo había dado por seguro.

La música de fondo parece música presente, ella se pregunta qué hace No sleep till Brooklin allí dentro, si los Beastie Boys se encuentran a gusto.

Hubo una primera vez en que había escuchado esa parte, seguida de la vez de la apasionada identificación, de la vez de la tímida revisitación, seguida de la vez -ahora- en la que sus vibraciones parecen antinaturales.

Quiere levantarse, pero las rodillas contraídas de él le bloquean el paso.

“Que no te entre el pánico ahora.”

Después la música presente se vuelve únicamente música de final de noche.

Cada noche

Antes de entrar en el dormitorio acaricia la pared del pasillo, una exposición cronológica y ordenada de hombres y mujeres sepultados en las minas de la baja Sajonia.

No tiene ni idea de quiénes son esas personas, cuando se lo preguntan se encoge de hombros.

Él regresa a casa y la encuentra ocupada en marcar un número en el disco giratorio; el cable negro que sale de la caja de resonancia está cortado a la mitad, sin embargo está hablando con alguien.

“¿Te acuerdas cuando de pequeños jugábamos a hacer de cajeros de banco? Me encantaba enderezar los hombros e impostar la voz.

Buenos días, señora, ¿cómo está? Creo que hay un problema, voy a llamar en seguida al director.”

“¿Tenías que crear problemas también en una ventanilla de banco imaginaria?”

“Hoy he intentado poner al menos tres voces distintas. ¿Quieres una cereza o escuchar mi imitación de Mary Stoppelwhite?”

“¿Quién es Mary Stoppelwhite?”

“Es nuestra nueva vecina.”

Él no dice que no hay ninguna vecina y que incluso en el caso de que existiese, no podría llamarse de ese modo.

“Está bien, hazme esa imitación.”

Ella corre más allá y se pone sobre la cama en una posición con un brazo detrás de la cabeza. Con el otro levanta un cigarrillo y espía las volutas grisáceas que se disuelven en menos de un segundo.

“Entonces, querido” dice como si fuese la cosa más importante y grave del mundo. “¿Qué queremos hacer con aquella tostadora?”

 

Día 23

Está dando brillo a una ménsula de laca traslúcida, quiere posar encima una composición de flores plastificadas de cincuenta céntimos cada una.

Se limpia el sudor de la frente con un dedo, ahora hay una huella seca en mitad.

El apartamento está marcado con una planificada alternancia de gestos y objetos consagrados y una burbuja hinchada de representación que se regenera todas las horas, es una iglesia de la cual ellos son los únicos custodios. Es ella la que se encarga: come frutos rojos reblandecidos y se entretiene con conversaciones genéricas a través de un teléfono desconectado. Él se mueve según sus prontos, todas esas ceremonias le parecen vacías.

Antes de meterse en la cama abren la boca de par en par delante del espejo del baño, cogen un caramelo gelatinoso de la pecera vacía de peces, lo encajan entre los labios, se hacen una foto con el disparador automático, que luego ponen a secar.

Un mes más tarde han prendido fuego a todo. Es la temporada del modernismo, dijeron.

 

 

Town House

Via del Boschetto 34

Anteriormente conocido como Tea Room, el Town House del barrio italo-angloamericano Monti debe el nombre a un bar de Venice Beach, Los Angeles. Tras un período transcurrido sondeando la escena de clubs internacional, entre otras cosas, los gestores del Town House decidieron plantear el local según las tendencias de su homónimo californiano: ambiente familiar, personal reducido al mínimo como punto de referencia estable para los clientes, apertura al sotobosque artístico y musical de la ciudad. En todo esto entra en juego su decoración “desván de la abuela + decadencia victoriana”. La ofreta es variada, desde la fórmula aperitivo / sesión de dj hasta fiestas más mundanas, a veces con invitados del circuito underground internacional. La selección musical abarca desde el soul hasta el funk al clásico indie-alt-rock con contaminaciones electrónicas. Abierto todos los días desde las 18 en adelante, excepto el lunes.

 

Nevermissabeat

Elephant & Castle + We are all animals

La pusieron en pie el dúo Elephant&Castle y los muchachos de We are all animals. Las referencias son claras: invasión británica desde su comienzo con derivaciones a la música electrónica a última hora. We are all animals por el contrario  pone sobre la escena música americana de la vieja escuela, en sus variantes de surf y skate. En Nevermissabeat hay un espacio también para algunas mezclas hit de recuerdos jóvenes, cuando la Mtv no había exprimido aún su carga experimental, admitiendo que alguna vez la haya tenido.

 

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